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Los artistas Pat Andrea y Cristina Ruiz Guiñazú comparten su colorido universo de afectos y creatividad entre Buenos Aires y París; recorré la galería de fotos y opiná
En 1978, el pintor holandés Pat Andrea conoció en Mendoza a la pintora argentina Cristina Ruiz Guiñazú. Se enamoraron, se fueron a París, volvieron, y decidieron buscar una casa en Buenos Aires. Eran los 80 cuando estos pioneros se entusiasmaron con la arquitectura italiana y la atmósfera del barrio de Palermo, y compraron dos lotes paralelos: uno, construido adelante; el otro, al fondo de un pasillo.
El arquitecto Jorge Prat fue responsable de la unión de las dos viviendas, y ejecutó una reforma que resultó en una estructura amplia y cómoda que mantiene el planteo original de la tradicional casa chorizo.
Así comenzó la época en que vivieron un verano permanente: seis meses de calor acá y seis allá. Al año, nació Mateo y, cuatro años después, Azul. Cuando los chicos empezaron el colegio, se radicaron definitivamente en París, y el nidito porteño se convirtió en una entrañable casa de vacaciones que visitan frecuentemente.
Hace diez años, se hizo una puesta a punto con la arquitecta María Laura Rodríguez Mayol: cambiaron los azulejos blancos de los baños por las adoradas venecitas de Cristina y se reformó la cocina, entre otras modificaciones.
Los artistas Pat Andrea y Cristina Ruiz Guiñazú comparten su colorido universo de afectos y creatividad entre Buenos Aires y París; recorré la galería de fotos y opiná
En 1978, el pintor holandés Pat Andrea conoció en Mendoza a la pintora argentina Cristina Ruiz Guiñazú. Se enamoraron, se fueron a París, volvieron, y decidieron buscar una casa en Buenos Aires. Eran los 80 cuando estos pioneros se entusiasmaron con la arquitectura italiana y la atmósfera del barrio de Palermo, y compraron dos lotes paralelos: uno, construido adelante; el otro, al fondo de un pasillo.
El arquitecto Jorge Prat fue responsable de la unión de las dos viviendas, y ejecutó una reforma que resultó en una estructura amplia y cómoda que mantiene el planteo original de la tradicional casa chorizo.
Así comenzó la época en que vivieron un verano permanente: seis meses de calor acá y seis allá. Al año, nació Mateo y, cuatro años después, Azul. Cuando los chicos empezaron el colegio, se radicaron definitivamente en París, y el nidito porteño se convirtió en una entrañable casa de vacaciones que visitan frecuentemente.
Hace diez años, se hizo una puesta a punto con la arquitecta María Laura Rodríguez Mayol: cambiaron los azulejos blancos de los baños por las adoradas venecitas de Cristina y se reformó la cocina, entre otras modificaciones.