Bebita
Nuev@ Applesan@
¿Es el iPad un dispositivo demasiado personal?
Las tabletas son las estrellas del momento. Hemos visto innumerables modelos con pantallas de 7 o 10 pulgadas (incluso hay una LG a medio camino), procesadores multinúcleo, cámaras frontales y traseras, la mayoría basados en el sistema operativo Android, ya sea en su actual versión 2 creada para teléfonos móviles como en la inminente versión 3, más adaptada al formato tableta.
Algunos, como es el caso del HTC Flyer, incluso recurren a un puntero para facilitar la toma de notas. También hay otras dos tabletas nuevas, aún más interesantes, que emplean sistemas operativos propios, como el iPad:
la PlayBook de RIM, vinculada a los BlackBerry, y la TouchPad de HP, que tiene su origen en los móviles de Palm.
Pese a tanta variedad, no obstante, todos los dispositivos citados tienen un rasgo común: están pensados para ser utilizados por una sola persona.
A diferencia de los ordenadores que aspiran a sustituir, las tabletas utilizan sistemas operativos ligeros sin funcionalidad multiusuario, de modo que no es posible compartirlas entre compañeros de trabajo o miembros de una misma familia, algo que sería deseable dado su precio.
Por supuesto, sí es posible que una persona utilice ocasionalmente la tableta de otra, pongamos para consultar una página web, ver un vídeo o usar alguna aplicación.
Pero cuanto más la haya configurado el propietario, menos le convendrá prestarla: favoritos del navegador web, buzones de correo electrónico, álbumes de fotos, libros electrónicos, calendarios y listines de contactos son sólo algunas de las informaciones personales que quedan al alcance de cualquier usuario que pueda usar el equipo tras introducir la contraseña de acceso, suponiendo que esté activada.
Sea por accidente o bien a posta, nada más sencillo que añadir o peor aún, borrar una cita, un número de teléfono, un mensaje de correo o un punto de lectura en un e-book.
Las posibles molestias se pueden complicar todavía más si, como es habitual, las aplicaciones de la tableta están sincronizadas con algún servicio de la nube: si el chaval que ha estado jugando a Angry Birds o a Alphabet Fun borra por algún motivo la ficha de contacto de uno de nuestros clientes, el dato también desaparece de Exchange o Gmail y al día siguiente tampoco lo encontraremos en el BlackBerry o el iPhone cuando necesitemos llamarle. Lo mismo puede suceder si hemos subido a Dropbox algún documento crucial, o a Evernote las notas sobre el proyecto en el que estamos trabajando.
Curiosamente, hay una sola excepción a la regla de las tabletas demasiado personales, y viene de la mano de Microsoft: la edición Tablet PC de su sistema operativo Windows, que lleva años disponible y goza de cierta presencia en el sector educativo, sí admite el uso de un mismo dispositivo por parte de varios usuarios.
En el resto de los casos, las tabletas deben ser tratadas como los teléfonos móviles: dispositivos estrictamente personales. A medio plazo, es probable que cada miembro de la familia acabe queriendo la suya.
Los fabricantes tienen, pues, un buen negocio a la vista. Más aún considerando que las tabletas, que se pueden cambiar de idioma por software, son mucho más rentables porque no requieren mantener versiones distintas del equipo para los diferentes países.
Y es que algunas decisiones de diseño resultan ser maquiavélicas.
Las tabletas son las estrellas del momento. Hemos visto innumerables modelos con pantallas de 7 o 10 pulgadas (incluso hay una LG a medio camino), procesadores multinúcleo, cámaras frontales y traseras, la mayoría basados en el sistema operativo Android, ya sea en su actual versión 2 creada para teléfonos móviles como en la inminente versión 3, más adaptada al formato tableta.
Algunos, como es el caso del HTC Flyer, incluso recurren a un puntero para facilitar la toma de notas. También hay otras dos tabletas nuevas, aún más interesantes, que emplean sistemas operativos propios, como el iPad:
la PlayBook de RIM, vinculada a los BlackBerry, y la TouchPad de HP, que tiene su origen en los móviles de Palm.
Pese a tanta variedad, no obstante, todos los dispositivos citados tienen un rasgo común: están pensados para ser utilizados por una sola persona.
A diferencia de los ordenadores que aspiran a sustituir, las tabletas utilizan sistemas operativos ligeros sin funcionalidad multiusuario, de modo que no es posible compartirlas entre compañeros de trabajo o miembros de una misma familia, algo que sería deseable dado su precio.
Por supuesto, sí es posible que una persona utilice ocasionalmente la tableta de otra, pongamos para consultar una página web, ver un vídeo o usar alguna aplicación.
Pero cuanto más la haya configurado el propietario, menos le convendrá prestarla: favoritos del navegador web, buzones de correo electrónico, álbumes de fotos, libros electrónicos, calendarios y listines de contactos son sólo algunas de las informaciones personales que quedan al alcance de cualquier usuario que pueda usar el equipo tras introducir la contraseña de acceso, suponiendo que esté activada.
Sea por accidente o bien a posta, nada más sencillo que añadir o peor aún, borrar una cita, un número de teléfono, un mensaje de correo o un punto de lectura en un e-book.
Las posibles molestias se pueden complicar todavía más si, como es habitual, las aplicaciones de la tableta están sincronizadas con algún servicio de la nube: si el chaval que ha estado jugando a Angry Birds o a Alphabet Fun borra por algún motivo la ficha de contacto de uno de nuestros clientes, el dato también desaparece de Exchange o Gmail y al día siguiente tampoco lo encontraremos en el BlackBerry o el iPhone cuando necesitemos llamarle. Lo mismo puede suceder si hemos subido a Dropbox algún documento crucial, o a Evernote las notas sobre el proyecto en el que estamos trabajando.
Curiosamente, hay una sola excepción a la regla de las tabletas demasiado personales, y viene de la mano de Microsoft: la edición Tablet PC de su sistema operativo Windows, que lleva años disponible y goza de cierta presencia en el sector educativo, sí admite el uso de un mismo dispositivo por parte de varios usuarios.
En el resto de los casos, las tabletas deben ser tratadas como los teléfonos móviles: dispositivos estrictamente personales. A medio plazo, es probable que cada miembro de la familia acabe queriendo la suya.
Los fabricantes tienen, pues, un buen negocio a la vista. Más aún considerando que las tabletas, que se pueden cambiar de idioma por software, son mucho más rentables porque no requieren mantener versiones distintas del equipo para los diferentes países.
Y es que algunas decisiones de diseño resultan ser maquiavélicas.